-Beatriz, tengo que recortar todos mis cordeles con España.
-Cristóbal, nada te cuesta esperar si eres feliz con nosotros. Hernando ya cumplió sus tres años.
– Son siete años desde que presenté mi proyecto a los reyes católicos de propagar la fe cristiana hasta Asia, y dieciocho desde que conoció Toscanelli mi proyecto en Florencia. Se me acabó la paciencia. Me tengo que ir a donde soplen vientos de popa.
Vio Cristóbal Colón consumirse el tiempo, y la vida con él, en vanas esperanzas y amargos desengaños. Había recibido una carta del rey de Francia y resolvió no perder más tiempo y viajar a París. Regresó al convento franciscano del puerto de Palos, para recoger a Diego y enviarlo a casa de Beatriz, su nueva familia.
-No puedo menos que llenarme de pesares con su decisión de ir a Francia –le dijo fray Juan.
-Espero que no sufriré con los franceses más vejaciones que las recibidas en Portugal y España.
-Moveré cielo y tierra para persuadir a la reina de su singular viaje, las ventajas que acarrearía su buen éxito y la fama futura en el mundo entero. Considero su partida como una pérdida irreparable para la nación española.
Despidiéndose de su defensor franciscano, Colón montó en su mula y tomó camino rumbo a Francia, a principio de febrero de 1492. Al día siguiente, a dos leguas de Granada, un mensajero a caballo alcanzó a Colón en su mula y le entregó su misiva, membretada con el sello real de Isabel I de Castilla. Colón adivinó que Fray Juan Pérez había logrado atraer el interés de la reina y los cinco artículos del tratado: Almirante del Mar Océano; Virrey y Gobernador de todas las islas y tierras que descubriese; Reservarse la décima parte del oro, plata, perlas y piedras preciosa que hallase y todo artículo que obtuviese; Juez de todas las causas que ocasione el tráfico y comercio con los países que descubriese; y, contribuir con la octava parte de los gastos y la octava parte de los provechos. Firma Fernando e Isabel, a 17 de abril 1492, Granada, España. Se envía la real orden a las autoridades del puerto de Palos tener dos carabelas prontas para la mar en diez días, y a disposición de Cristóbal Colón.
Llenos así sus más caros deseos, se regresó Colón al puerto de Palos, como ejemplo de perseverancia, a sus 56 años de edad, y gozoso por no haber desmayado nunca.
-¡Venga un abrazo del Almirante del Mar Océano!
-Fray Juan, sé que todo se lo debe a usted. No se cómo logró convencer a la reina.
-Dios hace los caminos.
-La tierra fue creada redonda para que nadie pueda ver el final del camino.
-Cárceles y caminos hacen amigos, dice el refranero popular. Se llenó la villa de sorpresas cuando se conoció la cedula real. Los propietarios de los barcos se niegan a prestarlos y los más audaces marinos tiemblan al oír del quimérico crucero a los confines de la cristiandad.
-El mar dará a cada hombre una nueva esperanza, como el dormir le da sueños.
-Todas las espantosas fábulas con que puebla la ignorancia las regiones misteriosas del océano se levantaron y se apropiaron de las gentes de Palos y nadie quiere darse a la vela con Colón. No se puede procurar bajel alguno.
-Es una aventura incomparable en las historia humana.
-Los temores infundados están a punto de nacer una rebelión. Los más osados proponer arrojar al Almirante al mar…
-¿A mí?
– … y decir que se había caído el mismo, mientras observaba las estrellas y su firmamento. Rumor que nadie callará. (Continuará mañana).