#DespiertaSonora
Lo que más se aproxima en octubre al color del otoño es el ocre de la hojarasca que cae a los pies de un árbol y llevada por el viento frío anuncia el arribo de la melancolía, el hastío y la nostalgia. No es un tema raro el suicidio en esta temporada al igual que la misma metáfora de la primera novela “Hojarasca” de Gabriel García Márquez, en 1955, que narra en sus párrafos iniciales el entierro del médico jubilado que diez años después de haber vivido encerrado y veinticinco de su arribo a Macondo (el mismo poblado ficticio de Cien Años de Soledad), se ahorcó.
‘Se me olvidó la medicina’ el médico ya jubilado alegó a su favor por negarse a atender doce soldados heridos que llevaron a su puerta y el poblado se lo recriminó dejando todos de hablarle los siguientes diez años. Solo el Coronel Aureliano Buendía agradecido porque lo curó de su cojera se apiadó y lo llevó a su entierro. Sin embargo, el verdadero tema no es la muerte, ni la soledad, ni la guerra intestina, sino el abandono de los pueblos, que se desangran con las venas abiertas después que se alejan las inversiones económicas. La pobreza que alimenta odios, violencia y desastres sociales es la misma vida novelesca para Hispanoamérica.
El realismo mágico hace ver el sacrificio humano tan común en la muerte callejera como el pan sobre la mesa de cada día en el mismo pueblo “bananero” del poeta chileno Mario Jorquera. Es una verdadera masacre que acaba por ser irreal porque no tiene una causa aparente ni un efecto lógico; son tragedias las que tiene la gente para contar y llorar. Sin embargo, como en La Hojarasca, el tema principal son las desigualdades sociales, la corrupción gubernamental y la callada sumisión de los vencidos, histriónica e irónicamente llamados en vocablo singular: “pueblo”.
Aquellos tiempos en que hablaban los dioses atrás quedan, ahora ser ciudadano es un acto de fe en solitario. Da miedo vivir. Da miedo morir. Los negocios que avanzan viento en popa son necrológicos -traficantes de drogas, funerarias, hospitales, florerías, celdas y panteones-, la muerte tiene mil nombres y devotos de la “santa” muerte.
En su novela, Gabriel García Márquez recrea la fuerza que el pensamiento mágico tiene sobre la mente humana: “si le creen a la Biblia, porque no creerme a mi” afirma para advertir cómo se viaja del mundo real al mágico sin sentirlo, como se teje una tela de tres hilos: el negro es la magia, el rojo la religión, y el blanco la ciencia. Esta urdimbre evolucionó y aún hoy colorea el imaginario colectivo de los latinoamericanos. En Macondo, ese pueblo que no existe, La Hojarasca es aquel espejo que se mira en cada rincón del continente, que a nadie le gustaría volverse a ver.
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