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Ni rendición, ni patadas frente a Sansón / Alberto Vizcarra Ozuna

Ago 3, 2021

#DESPIERTASONORA

No nos vamos a poner con Sansón a las patadas, dijo el presidente Andrés Manuel López Obrador el pasado 24 de julio, en su discurso ante los cancilleres y representantes de diferentes países de América Latina que se dieron cita en México para celebrar el 238 aniversario del natalicio de Simón Bolívar. López Obrador empleó la socorrida imagen para referirse a la relación de México y de Latinoamérica con los Estados Unidos. Usual analogía con la que se procura señalar la inconveniencia práctica de pelearse con un gigante.

En su discurso, dado en el Castillo de Chapultepec, se olvidó por completo de las figuras históricas que hermanan los propósitos republicanos de México y los Estados Unidos, reconocidas por él mismo en muchas ocasiones y durante su visita a la Casa Blanca en julio del año pasado. Se olvidó de Abraham Lincoln, de Franklin D. Roosevelt y condenó indiscriminadamente la política norteamericana de los últimos doscientos años.

Las omisiones y errores de concepción histórica, junto a las enormes presiones y amenazas que pesan sobre su presidencia, lo llevaron al sitio que visita con mucha frecuencia: la elaboración de propuestas en base a disyuntivas falsas. El presidente coloca a México y a los países de América Latina en el “dilema” de adherirse a uno de los bloques comerciales conformados por China o por los Estados Unidos, en un escenario geopolítico empujado por el Departamento de Estado y los intereses financieros angloamericanos (tipificados en corporativos como Black Rock), en donde la diplomacia se reduce a la expresión: o estás conmigo o están en mi contra.

La invitación a no ponerse con Sansón a las patadas, llevan a López Obrador a ofertarle a los países de América Latina la experiencia mexicana de integración económica que se ha “puesto en práctica en la concepción y aplicación del Tratado económico y comercial con Estados Unidos y Canadá”. Es evidente que la propuesta, además de no ser novedosa, tampoco es original. Se trata de la política económica hemisférica, de corte neoliberal, impuesta por el establishment financiero durante los últimos treinta años con saldos físico-económicos francamente desastrosos para las américas.

Quizá la parte más oscura de este discurso es cuando el Presidente admite como la única salida la adhesión a estas políticas y pretende vender la ilusión de que tal integración permitirá “recuperar lo perdido con respecto a la producción y el comercio con China, que seguirnos debilitando como región y tener en el pacífico un escenario plagado de tensiones bélicas…”. Cuando tales políticas de libre comercio son el principio y el origen de la mayor parte de los males y los conflictos de orden social y militar que se padecen en el hemisferio y en el mundo.

Al fatalismo de la metáfora de Sansón, hay que oponerle la inteligente y sabia alegoría de David contra Goliat. Los gigantes llevan consigo grandes debilidades, y la del imperio angloamericano es que ha cultivado la semilla de su propia destrucción con la imposición de un sistema financiero desregulado que alienta una especulación galopante propiciando el crecimiento de deudas cuya desproporción las hace físicamente impagables. Reconocer eso frente a los Estados Unidos y frente al mundo, es tomar la onda de David para lanzar la piedra a la cabeza del gigante ciego y de movimientos lentos.

Bien haría el presidente en meter ese discurso en el cajón del olvido, y apelar de nuevo a la tradición anticolonialista de los Estados Unidos, en las figuras de Lincoln y Roosevelt, quien al final de la Segunda Guerra Mundial planteó la alianza de las naciones en contra de toda forma de imperialismo. México no tiene por qué ofrecerse como ariete en un esquema de guerra comercial contra China, cuando tiene la fuerza moral e histórica para invitar a los Estados Unidos y a la nación asiático a unificar esfuerzos en torno a grandes proyectos de infraestructura que el hemisferio requiere para construir los corredores ferroviarios de alta velocidad que unan al continente, así como los puertos industriales de aguas profundas para aumentar de manera espectacular los flujos comerciales desde China y Asia, junto a las imprescindibles obras de gestión de más agua y energía que hagan posible incrementos significativos en la producción de alimentos y otros bienes y servicios necesarios para el crecimiento y el desarrollo de los pueblos.

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