CON LA GUADALUPANA NO SE JUEGA…
ARMANDO VÁSQUEZ A.
#DESPIERTASONORA
SIEMPRE ME HE PREGUNTADO la causa por la cual la Virgen de Guadalupe se presentó ante los mexicanos hace exactamente 490 años (1431) y hay varias respuestas lógicas como esa de la necesidad de encauzar a un pueblo mestizo en ciernes, pero es la más cómoda.
Me tocó ver en Paris, en la Catedral de Notre Dame, antes de que se quemara, al final del recorrido interno, un espacio dedicado a nuestra Virgen mexicana. Los visitantes mostraban una adoración especial, pues a diferencia de otras apariciones, la de México dejó un testimonio vivo que ha perdurado por siglos.
Incluso, recuerdo que de joven cuando decían que la silueta, el contorno, se aparecía en el cielo de Hermosillo conformado por estrellas hubo mucha incredulidad. Pero yo la ví, nadie me lo va a contar. Y eso que no soy un católico o devoto químicamente puro, por supuesto que no. Pero la ví, bien dibujada. Fuera de cualquier charada que usted quiera inventar. Búsquela, vea al cielo nocturno de vez en cuando, a lo mejor la observa y más en estos días que de seguro nos esta exigiendo cuentas.
Fue cuando me pregunté el porqué escogió a México. Pudo haber sido cualquier otro país del mundo, pero nos eligió a nosotros.
Este cuestionamiento y pláticas de primer nivel la he sostenido en mis francachelas nutritivas de conocimiento aderezadas con vino y música a las que suelo invitar a mi oficina a hombres y mujeres muy letrados, sacerdotes, filósofos, intelectuales, gente sabia a la que se le aprende mucho y me quedé con dos reflexiones interesantes.
La primera me guio al sinuoso camino de la maternidad. Me dicen y lo creo realmente, que en todo hogar la mamá adopta y entrega más amor, atención, misericordia y procuración al hijo desbalagado, al que anda por mal camino, al que se droga, delinque, y justifica esa preponderancia de darlo todo porque es quien más lo necesita, accionar que el resto de sus hijos no comprenden al momento de exigir en partes iguales el cariño de una madre, al bajar el cero pues, y no toca.
Y así pasan los años y los resquemos familiares se acumulan hasta que los hijos se convierten en padres y por desgracia viven situaciones similares. Hay quienes incluso se acomplejan y cargan con esa especie de resentimiento interno por el resto de sus vidas y llegan a reclamar esa actitud a una madre que se queda callada y no abunda en el tema.
Es como esa parábola del hijo pródigo en la que un hombre entrega a sus dos hijos su herencia en vida y uno de ellos se gasta lo obtenido en placeres mundanos –ya se ha de imaginar–, y el otro logra que los bienes otorgados se multipliquen, además de cuidar a su padre en todo momento y cuando el hermano despilfarrador e irresponsable regresa a la casa hogar ya ruino, el papá lo cobija, lo viste y le hace un festín y el otro le reclama señalándole la falta de equidad en el trato y el papá responde: este, tu hermano había muerto, y ha revivido; se había perdido, y fue hallado.
Los padres de hijos sicarios, desaparecidos, de aquellos que sufren por un ser querido que no encuentran, lo comprenderán. No se trata de justicia, sino de algo más profundo que hasta que ocurre se entiende y sí, aquí también entra el esquema del hijo, el hermano, el nieto no nacido.
La segunda reflexión tiene que ver con el castigo al que nos hacemos merecedores como padres o hijos cuando desdeñamos el valor que como ser humanos tenemos, para lo cual se nos imponen pruebas de lo que tenemos y que de pronto perdemos lo que nos obliga a despertar al salir de nuestra área de confort. Cuando nos quitan el tapete de pronto.
Siempre buscamos echar culpas. Deteriorar liderazgos que hemos seguido sin darnos cuenta que la culpabilidad es un efecto, no una causa. Algún día le contaré lo que me dijo el Padre Pedro Villegas meses antes de morir, cuando sufrió una crisis política-económica memorable. Hombre de gran fe. Sin duda, como decía Gustavo Lebón en su libro “Sociología de los pueblos”, que estamos hechos y forjados gracias a nuestros muertos.
Le agregaría que también nos marcan los no nacidos.
Todo esto que nos está pasando, no solamente por las decisiones de una persona a la que culpamos de todos los males que vive este país y que tomó para su proyecto el nombre de la Guadalupana, la morena del Tepeyac, lo veo también en esa reflexión que le comento, como una prueba.
La despenalización del aborto es como quitarnos el confort en el que vivíamos de alguna manera cobijados por el Estado que por más laico que se decía, en realidad protegía un derecho a la vida fundamentado en nuestras creencias. Ahora, histórico le llaman a su despenalización, que cualquier mujer pueda abortar en el tiempo que quiera, nos obliga a reforzar nuestros sentimientos formativos en la familia. Que sea ley muerta. También nos orilla a sostener la perdida que sufrimos por un Estado insensible, falto de capacidad, que en su momento recibirá su castigo.
Por eso, cuando la Virgen de Guadalupe nos escogió, con seguridad sabía lo débiles que somos y que escondemos bajo un rostro de falsa felicidad enquistado en encuestas. Pero a su vez, en ese detalle de resurgimiento recae nuestra fortaleza y es algo que, fuera de leyes o designios dictatoriales, todos aquellos que quieran encaminarnos a puentes que no queremos cruzar, se van a estrellar.
Algo nos vio la Virgen. Y hay un mensaje que me queda claro: con ella no se juega. Nadie enfrenta a una madre enojada. Me pregunto si seguirán los temblores en el país.
Es bueno platicar con gente sabia y no con necios.
EN FIN, por hoy es todo, mañana le seguimos si Dios quiere.
Armando Vásquez Alegría es periodista con más de 35 años de experiencia en medios escritos y de internet, cuenta licenciatura en Administración de Empresas, Maestría en Competitividad Organizacional y Doctorado en Administración Pública. Es director de Editorial J. Castillo, S.A. de C.V. y de “CEO”, Consultoría Especializada en Organizaciones…
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