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¿POR QUÉ A MÍ?

Feb 23, 2022

ALBERTO VIZCARRA OZUNA / COLUMNISTA

#DESPIERTASONORA

            Se cuenta que la madrugada del 1 de enero de 1994, el presidente Carlos Salinas de Gortari se encontraba en Acapulco. Ahí recibió la noticia de la insurgencia armada de los zapatistas en el estado de Chiapas. Se dijo entonces que el desconcierto del presidente fue mayúsculo y lo sintetizó en una expresión que no por lacónica deja de reflejar su perplejidad: ¿Y por qué a mí? Se habían ventilado los apoyos internacionales que recibía el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN)  y Salinas celebraba su adhesión incondicional al Tratado de Libre Comercio de América del Norte, (TLCAN). La interrogante del presidente sugería la incredulidad de quien ha obedecido a pie juntillas los dictados de intereses supranacionales y no espera que estos consientan y menos auspicien un proceso de inestabilidad y tensión política en el país.

            No ha trascendido que el presidente López Obrador se haga la misma pregunta que Salinas, ante la andanada mediática que se decanta en torno al escándalo protagonizado por su hijo mayor, quien lleva un tren de vida que escapa a la honrada medianía. El hecho revelado en forma de reportaje por una agencia de noticias privada, ganó la condición de noticia y fue difundida por otras agencias  y medios nacionales. La airada reacción presidencial no solo fue contra los autores del reportaje, sino contra todo aquel periodista que lo considerara noticia y que por lo mismo le diera difusión.

            Pronto se reveló que la sobre reacción presidencial no tenía que ver con la matrícula de los autores del reportaje, sino con el hecho de que ex agentes del FBI pudieron haber sido contratados para darle seguimiento por meses a la ostentosa forma de vida de su hijo en Houston, Texas. Es costumbre que cuando se montan este tipo de operaciones y el gobierno de Estados Unidos pretende esconder la mano, aparezcan los llamados “ex agentes”.  Por eso las quejas de López Obrador dirigidas al gobierno de Joe Biden, con la demanda de que se le retire financiamiento a los organismos no gubernamentales que por cuarenta años han recibido apoyo norteamericano, en especial por medio de la Fundación Nacional para la Democracia (National Endowment for Democracy).

            La Fundación Nacional para la Democracia, se constituyó en los Estados Unidos en 1983, al calor del gobierno de Ronald Reagan. Su agenda principal se animó en el impulso a los formatos de transparencia y vigilancia sobre la posible corrupción de los gobiernos, una cobertura poco simulada de injerencia externa sobre países que habían perdido fuerza para hacer valer su soberanía. Ha sido la agencia norteamericana encargada de promocionar el dogma de que democracia y liberalismo económico son sinónimos. De otra manera, son los impulsores del apotegma: solo puede haber democracia donde hay libre comercio.

Son también, los que masificaron la consigna de que todos los problemas económicos de los países de América Latina, tenían su origen en la corrupción administrativa de los gobiernos nacionales. Una forma de encubrir sus políticas macroeconómicas neoliberales, responsables estructurales de la pobreza y del atraso de muchas de las naciones que son víctimas de un sistema financiero internacional cuya política especulativa no deja espacio para el crecimiento y el desarrollo.

Irónicamente hay una sintonía de López Obrador con este organismo norteamericano, que ahora identifica como enemigo. La letanía incesante del presidente de que la corrupción es la causa de todos los males de México y del mundo, le ha servido a estas agencias para que no se pongan en cuestión sus políticas macroeconómicas y mucho menos tratados comerciales como el T-MEC que sirve como una camisa de fuerza sobre la economía nacional para impedir su industrialización. La estrategia de coexistencia y consentimiento a estas políticas, incluso la oferta de que México sirva como aliado en la guerra comercial de los Estado Unidos contra China, llevaron al presidente a pensar que la oligarquía angloamericana lo trataría bien.

Al presidente le resultó fácil edificar su liderazgo autoconstruyéndose una imagen de impoluto e incorruptible, propiciando con ello a los organismos internacionales que convenencieramente coinciden con el diagnóstico de que el problema principal de México es la corrupción. En ello fincó la ilusión de que no se requería revertir las normas macroeconómicas y de que solo bastaba acabar con la corrupción para generar los ahorros suficientes que le permitirían al país crecer a tasas del 4 y 6 por ciento anual. La realidad ha sido demoledora en contra de sus creencias.

Ahora el presidente ha mordido el anzuelo y se encuentra enfrascado en la angustia de demostrar que no es corrupto. Se ha metido en un callejón sin salida y en una agenda cuya dinámica llevará al país a una mayor polarización sobre temas tan mórbidos como despolitizantes. Las entidades extranjeras que se involucran en estos procesos de desestabilización, no tienen preferencias por ningún gobierno, tampoco por partidos y saben usar la plasticidad de las ideologías a su beneficio.

Lo que sí mantienen como una constante es su estrategia de tensión y sus propósitos caóticos. Es posible que López Obrador se esté preguntando ahora, como lo hizo salinas al amanecer del primero de enero de 1994: ¿Por qué a mí?

Ciudad Obregón, 23 de febrero de 2022

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