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PUTIN Y EL MECANISMO DEL “CHIVO” EXPIATORIO

Abr 6, 2022

Alberto Vizcarra Ozuna / COLUMNISTA

#DESPIERTASONORA

    Desde la caída del Muro de Berlín y la consecuente desintegración de la Unión Soviética, en el amanecer de la década de los años noventa, la compulsión hegemonista del establishment angloamericano cobró nuevos bríos. Las figuras gobernantes, y las elites bancarias de occidente, en esos años, que advertían el fin de la guerra fría, anunciaron el principio de una nueva era a la que identificaron como el “Proyecto del Nuevo Siglo Americano”.

Liberados de los contrapesos del mundo bipolar, proyectaban una estrategia global de dominación y se formalizaron en una especie de comité concurrente, donde destacaron y predominó la influencia de figuras como Dick Cheney, Donald Rumnsfeld, Dan Quayle, Paul Wolfowist y Francis Fukuyama. La verticalidad de un mundo unipolar, homogenizado en el binomio indivisible de democracia y libre comercio, hacía suponer el fin de todos los conflictos y las contradicciones en el mundo. Fukuyama testimonió el sueño de los dioses –que pretendía la paz soportada en la subyugación- con una tesis tan arrogante como peregrina: el fin de la historia.

Desde entonces se establece la premisa de que las fuerzas armadas norteamericanas, estacionadas en el extranjero, representan la caballería y señalan la extensión de la “nueva frontera” americana. Animados en una estrategia de seguridad que responda a las nuevas realidades y provea los recursos necesarios para el rango completo de misiones que permitan ejercer el liderazgo global de los Estados Unidos.

 El planteamiento supone que las naciones se tienen que ajustar a los valores de un mundo “basado en las reglas”, que se olvida del derecho internacional y se apoya en el poderío militar “para preservar y extender un orden internacional” que le preste servicio incondicional a un sistema económico y financiero completamente divorciado de las apremiantes necesidades relacionadas con el mejoramiento de las capacidades productivas del trabajo, las mejoras infraestructurales y el impulso a la ciencia y a la tecnología. Como ha quedado en evidencia, no se trata de la propuesta de un mundo aceptable, más bien es una concepción que ha llevado consigo la necesidad inherente de la fuerza, la violencia y la guerra.

Sostener esta política le ocasiona muchos daños a todas las naciones, incluidos los Estados Unidos y Europa. Ocultar esta culpa, le ha reclamado a la elite occidental, convertir a los gobernantes disidentes del orden internacional que se quiere imponer, en los proverbiales “chivos expiatorios” para lavar los pecados que no se quieren corregir. Así actuaron frente al gobierno de Sadam Hussein, en el 2003, a quien tres años  después de la invasión, lo ahorcaron en un juicio auspiciado por los Estados Unidos. Todo montado en la mentira plenamente documentada de que ese país tenía armas de destrucción masiva.

Al calor de la “primavera árabe”, alentaron con apoyo logístico y militar, los cambios de régimen en países del norte de África y el Medio Oriente, Siria, Yemen, Marruecos, Egipto, Tunes y el dramático caso de Libia a cuyo presidente, acusado de promover el terrorismo, terminaron por asesinarlo en una operación militar extra jurisdiccional comandada por la OTAN, en el 2011. El saldo de esta brutalidad es, además de los cientos de miles de muertos directos, en toda esta parte del mundo,  la creciente incidencia de mortalidad ocasionada por el quebranto en la infraestructura económica y de salud de estas naciones. Sin dejar de mencionar el éxodo de millones de personas que abandonan estos países a consecuencia del caos que terminó por instalarse.

El mecanismo del “chivo expiatorio”, no ha cambiado en el caso del acorralamiento de la OTAN en contra de Rusia para empujarla a la invasión de Ucrania y luego poner en marcha un portentoso despliegue mediático en contra del invasor y convertir a Vladimir Putin en el vértice de todos los males que le ocurren y le podrían ocurrir al mundo. Aquí el abanico de segregación es más amplio, aunque se enfoca en la condena a un hombre, comprende también el desprecio por “todo lo que es ruso”, en una especie de apartheid cultural, económico, social y científico.

Apelar a un nuevo “chivo expiatorio”, era un apremio para el resquebrajado sistema económico de occidente, inmerso en una vorágine especulativa propiciadora de una hiperinflación insoportable, con elevados índices de pobreza incluso en el sector desarrollado. Antes de que se desataran los desajustes propios de un nuevo quebranto financiero, peor que el registrado el 2008, y que el mundo occidental se dividiera en la búsqueda de alianzas económicas con China y Rusia, la inducción a la guerra se convirtió en la carta fuerte para evitar los conflictos internos y darle el paso al “todos contra uno”.

Larry Fink, director ejecutivo de una de las principales casas de inversiones de occidente, ponderó el “todos contra uno”, al destacar que lo más relevante en el episodio de la guerra económica contra Rusia fue la unanimidad con la que los gobiernos impusieron sanciones, así como la velocidad y la escala de las empresas para incrementar los castigos.

Han decidido imponerle una tremenda carga de dolor al mundo, bajo el engaño de que son los sacrificios requeridos para castigar a todo disidente. Se alienta incluso el espíritu sacrificial, parte del mecanismo asociado a la evocación del “chivo expiatorio”. Figuras políticas en los Estados Unidos tan relevantes como el mismo presidente Biden llaman al derrocamiento de Putin y otros proponen asesinarlo.

Consumar este ritual desataría una “máquina infernal”. El mecanismo del “chivo expiatorio”, impone un desahogo pero no corrige los males y occidente no está en condiciones de “tirar la primera piedra”.

Ciudad Obregón, Sonora 6 de abril de 2022

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