ALBERTO VIZCARRA OZUNA / COLUMNISTA
#DESPIERTASONORA
A la fracasada estrategia económica neoliberal en México, le urgía un abogado novedoso. ¿Quién mejor que el presidente Andrés Manuel López Obrador?, uno de los principales detractores discursivos y conjurador del neoliberalismo en México. El 17 de marzo del 2019, a tres meses de iniciado su gobierno, en un discurso cargado de solemnidad declaró formalmente, desde Palacio Nacional, el fin de la política neoliberal, “quedan abolidas las dos cosas: el modelo neoliberal y su política económica”. A tres años de su gobierno, también desde Palacio Nacional, afirma con holgura que “sin corrupción el modelo neoliberal no es del todo malo”. Como acostumbran decir los campesinos del norte: ya le está viendo bonitos los ojos a la cochi.
Para el contingente de seguidores acríticos del presidente, incluida una buena parte de su gabinete, el neoliberalismo es un mal indescifrable. Solo se puede saber que es malo, pero no por qué es malo. Y así, la denominación termina en cliché, en una consigna, en recurso de ofensa descalificadora para los contrarios. Se usa como un estigma, una marca que desacredita. En sus juegos retóricos el presidente había juntado la palabra corrupción con neoliberalismo y en la simplificación construyó un sinónimo. Implicaba que el neoliberalismo no está asociado a un conjunto de directrices de política macroeconómica, sino simplemente a la corrupción. Pocos se imaginaban que construía un camino para encontrarle virtudes a esa doctrina económica si se ejerce sin corrupción.
Algunos de los seguidores de la consigna en contra del neoliberalismo, con un poco de vergüenza dicen que los dichos del presidente representan un retiro táctico, pero en realidad son una confesión. El presidente no ha sostenido, ni sostiene una política económica que rompa con las normas y la ortodoxia neoliberal que ha mantenido al país con tasas de crecimiento económico mediocre por cerca de cuatro décadas y en una ruta opuesta a la industrialización.
El tsunami electoral del 2018 fue una reacción instintiva en contra de las políticas neoliberales que por décadas le han llevado sufrimiento, desempleo y pobreza a millones de mexicanos. Los pueblos no pierden la esperanza en el cambio y depositaron esa expectativa en López Obrador. Pero el presidente pudiera estar confesando, al reivindicar al neoliberalismo, lo que siempre pensó: mantener intacto el núcleo duro de las políticas definidas por esta variante del liberalismo económico.
Aunque el presidente se había cuidado discursivamente de no reconocerle ninguna virtud al neoliberalismo, en el ejercicio de su gobierno le ha rendido tributo en forma estricta. Se reconoce que el llamado decálogo del Consenso de Washington, bautizado así por el economista británico John Williamson en 1989, sintetiza los propósitos globales del neoliberalismo. Es el acuerdo de la oligarquía financiera angloamericana para eliminar toda forma de protección a las economías nacionales y consecuentemente la intervención del estado en la regulación de los procesos económicos y monetarios.
En una revisión puntual del comportamiento del gobierno de López Obrador frente al decálogo del Consenso de Washington, el presidente alcanza una aprobación notable. No es pues un mal alumno, en el cumplimiento de estas normas macroeconómicas neoliberales. Una de las principales imposiciones de este decálogo, es la inviolabilidad a toda costa del equilibrio presupuestal, esto es despojar al gobierno de todo margen para utilizar un razonable déficit en el gasto público que le permita constituirse en estímulo y factor de arrastre de todos los sectores que concurren en el proceso económico general. López Obrador ha presumido su adhesión incondicional a esta disposición supranacional, como una gran virtud de su gobierno, aunque siga arrojando los mismos saldos mediocres en el crecimiento de la economía nacional.
Los ajustes al gasto y el no endeudamiento, como norma fundamental del Consenso de Washington, además el sostenimiento de una política monetaria restrictiva, aceptando incondicionalmente la autonomía del Banco de México y la desregulación financiera de la banca comercial, han hecho que López Obrador sea el séptimo presidente consecutivo del prolongado periodo neoliberal que mantiene en la postración económica al país, en donde lo que más crece son las actividades ilícitas que controla el crimen organizado.
El presidente, al decir que el problema es la corrupción, ha decidido exculpar al neoliberalismo. Repite lo que sostuvo el gobierno de Miguel de la Madrid, cuando protagonizó la apertura a la desregulación económica de México bajo lema de “la renovación moral”. Una forma en que aquel gobierno exculpaba al sistema financiero internacional y sus políticas libre cambistas, haciendo aparecer que la crisis de la deuda de México y de América Latina eran culpa de la corrupción de los gobiernos nacionales.
López Obrador se parece tanto a Miguel de la Madrid, que al inicio de su gobierno sostuvo que con la austeridad republicana y su lucha contra la corrupción, liberaría 500 mil millones de pesos anuales para lograr niveles de inversión que le permitirían al país un crecimiento del PIB por encima del 4% anual. Esa falacia le sirvió para ocultar el elefante de la deuda externa, que anualmente le succiona al presupuesto nacional cerca de 800 mil millones de pesos, solo en pago de intereses y servicio.
La compulsión refundacional del presidente, lo llevó erróneamente a determinar que los alcances transformadores de la Revolución Mexicana, habían concluido. La pretensión es ocupar un lugar en la galería de las personalidades transformadoras de la vida nacional, pero su política económica lo está colocando en la galería de los últimos siete presidentes neoliberales.
Ciudad Obregón, Sonora 1 de junio de 2022