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NICTOFOBIA: MIEDO A LA OSCURIDAD

Jun 12, 2023

BECKER GARCÍA/COLUMNISTA

#DESPIERTASONORA.COM
Mi padre, el Ing. García, decía que, para que un niño se convirtiera en hombre, habría que sufrir en las adversidades. Nada de arrumacos y protección para él innecesaria, contrario a lo que pensaba mi madre, la Panchita de Huatabampo, quien no desaprovechaba la oportunidad de protegerme, claro, hasta donde podía.
El caso es que, vivíamos por la calle Yaqui 912 oriente, y no recuerdo si era una casa de 3 recámaras o dos, pero, no se me olvida, que solamente la de mis papás y la de las niñas, mis hermanas, tenían aire acondicionado. Entonces decretó que, su hijo mayor (mis otros dos hermanos menores estaban a salvo), es decir el de la voz (o de la escritura, pues, o sea yo), para convertirse en hombre (sea lo que eso signifique), había de dormir, o en el patio trasero, o en el cuartito de la servidumbre, con un abanico pequeño que servía la menos de las veces pues, normalmente y por viejito, se “amarraba” a mitad de la noche.
La casa era pequeña, con una micro cocina donde dos era algarabía y tres, de plano, muchedumbre. Luego la sala, el comedor, solamente un baño familiar, las recamaritas y eso sí, dos cuartos de servicio atrás, en el patio; es decir, era una casa con aspiraciones.
Colindaba con el callejón Argentina, ese, el más cercano a la Miguel Alemán, y, luego entonces, los fines de semana, entre el ruido de la Miguel y su fiesta rodante, y, además, quienes se refugiaban en el pequeño espacio entre ambas calles, para cualquier cosa que se les ocurriera (supongo que algunos cajemenses fueron procreados ahí, entre asientos pequeños y música de los estéreos 8 tracks), hacían que mi noche fuese, alucinante.
Entonces un día decidí que, si iba a dormir sólo en el cuartito de atrás, lo haría con la luz encendida para conjurar los posibles ataques de borrachos, pleitistas y fornicadores que, de una patada y en una ocurrencia, podrían tirar la endeble reja de malla ciclónica que me protegía a mí de sus probables asaltos.
Cuando mí apá se dio cuenta del foco encendido, me dijo: “no seas nagüilón” y me prohibió prenderlo.
A ti que me lees, te pregunto, ¿Sabes lo que es dormir entre gemidos de fornicio, pleitos a botellazos de borrachos, patrullas con sirena abierta mordiendo conductores? Nahhhh… no creo sepas.
Momento de aclaración: No es reclamo para mi padre, en otras muchas otras cosas, tuve su apoyo incondicional, pero hay que entender; nació en 1928, hijo de un revolucionario del estado mayor de Pancho Villa y formado entre cuatro hermanas y su madre, y pues, mi abuelo pensó lo peor… ¿Okei?, los “machos” eran educados a la fuerza.
Creo, ahí nació mi pertinaz miedo a la oscuridad.
Ya casado, padre de tres hijas, adquirimos nuestra primera casa por la calle Nuevo León, entre Morelos y Yaqui.
Casa típica: cochera para un carro; entrada directo a la sala comedor, al final la cocina; en medio hacía la izquierda entre las dos recámaras había un baño, y, en nuestro aposento (que nice me leo) compartía con mi esposa, un baño vestidor. Todo normal, ¿verdad?
Atrás, llegando por un corredor desde la cocina, un espacio para lavadero y… un cuartito para la servidumbre. Es decir, algo parecido a Yaqui 912 oriente.
Alma Angélica López Flores, quien luchó años para que yo no fumara dentro de la casa, me instaló entonces en ese cuartito, un librero, un escritorio y mi computadora.
En el día no había ningún problema, trabajaba ahí hasta cuanto la luz solar me lo permitía, pero, llegando la noche, los miedos me inundaban y entonces, me refugiaba a trabajar en el vestidor nupcial alejado de mi nictofobia.
Cierta noche, ahí en la Nuevo León, me urgía escribir sobre un documento que había dejado encima del escritorio que estaba en el cuartito trasero.
Le pedí de favor a Alma que, me lo trajera pues me se me irían las ideas. “Ve tú”, me dijo y, ante su reiterada negativa, le confesé, con cierta auto humillación, mi miedo a la oscuridad.
Ella fue por el documento, lo dejó justo al alcance de mi mano mientras me decía: “No sé que otras argucias mas has de inventar, para no caminar 20 pasos… a tus treinta y tantos años ni quien te crea tus miedos de niño”
Jajajajaja… no creyó que, un hombre pasados los 30 años, casado y padre de familia, tuviera miedo a la oscuridad.
Hoy, a los 63, disfruto como nunca la oscuridad, pues, en mi soledad, es la compañera ideal para recordar este tipo de cosas, encontrarme con mis miedos y superarlos… a veces.
Es cuanto.

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