Alberto Vizcarra Ozuna/COLUMNISTA
DESPIERTASONORA
Aunque desde el cristianismo fundante se advirtió que no todo el que diga ¡Señor, Señor!, suele cumplir la voluntad del padre, para algunos basta con que el presidente Andrés Manuel López Obrador mencione a personalidades históricas como Franklin D. Roosevelt, para declararlo “rooseveltiano”. Es cierto que el presidente no se atraganta para evocar personalidades históricas de gran calado. Se arrima a la sombra de ellas como si estas le sirvieran de salvoconducto para pasar a la historia. El problema del presidente no es evocarlos, su problema es que no ha demostrado la valentía ni la fuerza moral para imitarlos.
No han sido pocas las veces en que López Obrador ha ponderado la figura del presidente norteamericano que sacó a los Estados Unidos de la gran depresión de finales de los años veinte, con un conjunto de reformas monetarias y financieras que le restituyeron al estado los poderes constitucionales para regular la especulación desenfrenada del sector bancario y poner en marcha una vigorosa política de inversión pública y de crédito que en pocos años convirtió a Norteamérica en una potencia económica mundial.
Uno de los ejes de tales políticas estuvo centrado en el rescate de la agricultura, estableciendo un conjunto de instrumentos para revitalizar las granjas, muchas ellas abandonadas por la crisis, o agonizantes por las prácticas usurarias de los bancos. El gobierno de Roosevelt inicia en marzo de 1933, el mismo mes y año en que el parlamento Alemán sucumbe ante la dictadura de Hitler. La guerra se preveía inevitable y Estados Unidos ocupaba edificar su fortaleza económica en una consistente y sólida política alimentaria.
El impacto de la gran depresión sobre la agricultura norteamericana fue tremendo, no tan diferente de lo que ocurre en la actualidad con el golpe que ha representado la caída de los precios de los granos básicos sobre los países dependientes o periféricos como México. Cuando se produce el pánico bursátil de 1929, se registra una fuerte caída en el índice de precios de los productos agrícolas de más del 65 por ciento, al tiempo que los precios de todo lo requerido por los agricultores se mantenía a la alza o con bajas mínimas, provocando pérdidas crecientes en los términos de intercambio. Desde su campaña electoral y al inicio de su gobierno, Roosevelt, reconoce la necesidad de una intervención enérgica del estado para recuperar la agricultura, admitiendo que no podía quedar a la deriva de la oferta y la demanda dominada por estructuras corporativas comerciales y financieras.
En su discurso de campaña, en Topeka, Kansas, el 14 de septiembre de 1932, Roosevelt pre dibuja lo que pasaría a ser la Agricultural Adjustment Act, (AAA , Ley de ajuste agrícola), y plantea la necesidad de crear un programa de planificación nacional que establezca metas de producción, anuncia una política de incrementos sustantivos en los precios de los productos agrícolas (precios de garantía o precios paritarios), junto a la apertura de un sistema de crédito y la reestructuración de todas la hipotecas agrícolas que ahogaban al campo norteamericano. En noviembre del mismo año recapitula sobre lo planteado en Topeka y lo define como “un plan nacional completo para el restablecimiento de la agricultura hasta que alcance su lugar apropiado dentro de la nación”.
La prioridad que el presidente Roosevelt le dio a la recuperación agrícola, estaba inscrita en un conjunto de reformas que tuvieron su piedra angular en la memorable Ley Glass-Steagall, el instrumento que facultó a la presidencia de los Estados Unidos para intervenir al sistema bancario y hacer una rigurosa disección entre la banca de ahorro y préstamo y la llamada banca de inversión (especulativa). El gobierno se hizo responsable por la rehabilitación de la economía física, los sistemas de pensiones y los servicios de educación y salud, además de poner en marcha un portentoso programa de creación de millones de empleos en cuestión de semanas. El estado no se hizo responsable de las cargas de deuda derivadas de las actividades especulativas.
Al abandonar a los productores mexicanos de granos básicos, en medio de la estrepitosa caída de los precios internacionales de trigo, maíz y sorgo, el presidente Andrés Manuel López Obrador, se quedó muy lejos de sus evocaciones elogiosas a la figura histórica de Roosevelt, como lo ha hecho durante todo su gobierno y con las líneas gruesas que guían su fracasada política económica, ajustada en lo fundamental a la ortodoxia neoliberal, definida como el Consenso de Washington por el economista John Williamson. Todos los mandamientos macroeconómicos de ésta política han sido cumplidos a pie juntillas por el presidente López Obrador: una disciplina fiscal que inhabilita al gasto público para funcionar como factor de arrastre del crecimiento económico, recortes sistemáticos en el gasto público, liberalización creciente del sistema bancario, orientación ciega hacia el sector externo de la economía, desregulación y apertura comercial indiscriminada, así como una política monetaria completamente desvinculada de las necesidades del crecimiento económico nacional ejercida con el alegato de la autonomía del Banco de México.
Con tal cumplimiento tenemos a un presidente López Obrador muy lejano a la figura histórica de Franklin D. Roosevelt. El desprecio del presidente mexicano por los productores agrícolas, lo coloca en oposición a Roosevelt y lo acerca doctrinariamente a John Williamson.