Ganar la narrativa…
ARMANDO VÁSQUEZ A./COLUMNISTA
DESPIERTASONORA
EL PROTAGONISMO DE López Obrador mató en automático los diferentes procesos para sobrellevar las consecuencias de una crisis. Es él y sus circunstancias. Lo que hacen sus equipos de comunicación es detener el cerco lo más posible para que el fenómeno Acapulco –ubicado en el ojo del huracán mediático–, no trascienda más allá en el sentir social y afecte las elecciones del 2024.
No han podido, ni podrán, por lo menos en los siguientes quince días, lograr que el tema se “enfríe”. Acapulco y el presidente se conformaron en el eje rotatorio mediático del país al mismo nivel.
En un modelo comunicacional de crisis imaginemos que la información gira como un huracán que afecta cada vez a más poblaciones con su respectiva intensidad en base a los coletazos que proporciona.
Las etapas de toda tragedia en el ámbito social pasan de la estupefacción inicial y un período de calma analítica. Una vez centrada la magnitud del problema inicia la fase de la esperanza apoyada en que los afectados serán atendidos en sus necesidades, luego se presenta otro período de calma.
Todos los damnificados de tragedias saben que la población en general abrirá centros de acopio — una sola vez, al principio y luego desaparecen, aunque la Cruz Roja quedó en modo permanente de recepción de apoyo—y que sirven de refuerzo para la posterior ayuda de gobierno.
En estas fases el tiempo es crucial pues se conforma una narrativa inicial, en este caso contrario a las decisiones tomadas por López Obrador quien es sinónimo de gobierno, que se queda en la mente de la sociedad y que sirve como detonante a futuro.
Cuando no hay una respuesta pronta en la zona cero se conjugan factores que dan pie a tres vectores importantes: se genera incertidumbre, luego se vive en zozobra –se disminuyen los espacios de calma–, y por último surge el miedo, elevado a la categoría de terror, como catarsis que es el punto mediante el cual el descontrol se incrementa.
Estos fenómenos presentan un comportamiento social que se incrementa o disminuye conforme a la cercanía o alejamiento del área afectada. Como sociedad no sentimos lo mismo los sonorenses que los michoacanos, por ejemplo, sobre todo porque Guerrero, con sus tres millones y medio de habitantes, cuentan con raigambres familiares de los estados que le rodean.
Si seguimos con el modelo comunicacional, los coletazos del huracán pegan en el país con mayor o menor intensidad hasta difuminarse en un momento dado por sectores, pero toda crisis tiene la capacidad de regenerarse ante el descontrol de un indicador y el tema vuelve a surgir.
Los detonantes a futuro son aquellos que nos hacen voltear cada vez que nos enteramos del sufrimiento que padecen. Cimbra el alma ver llorar a una madre quien busca a su hijo desaparecido, el llanto de desesperación del padre con el niño en brazos, los agentes de la guardia nacional amarrados a un poste y golpeados por furibundos pobladores, el amontonamiento de cadáveres en la Semefo, los vecinos organizados con machete a un lado para cuidar su colonia, el saqueo general que transmutó de los negocios a las casas, la violencia generalizada ante la falta de vigilancia de la autoridad, los insultos al presidente, son imágenes que impregnan y refuerzan la primer narrativa anti gobierno.
Haga usted de cuenta que México es una gran cobija hecha a base de retazos y cada uno de estos conforma una parte del país con sus propios ritmos de acción, pensamiento, y en consecuencia conformando una actitud en la que convergen su cosmografía y orografía. La comunicación sobre el tema se apagará en unos y se encenderá en otros, dependiendo del accionar de la población, ya no sobre el embate del huracán sino de la actitud de los damnificados.
Entre más tiempo pase y no se aminoren las necesidades básicas, la población afectada entrará en el descontrol de la tercera fase que va acompañada de violencia como signo de protagonismo para llamar la atención. Una vez que llegue la energía eléctrica y puedan tener batería en sus celulares, aquello será un buffet que en automático nos hará ver el mensaje y nos despertará sensaciones de enojo contra el sistema, sobre todo. Dijo el presidente que para el siete de noviembre habría luz en los hogares. No creo.
Pero esa explosión de mensajes despertará otros sentimientos más peligrosos al generarse una empatía entre los pobladores de Acapulco y sus alrededores que impulsará un coraje colectivo –que arrasará con todo, incluyendo representantes de gobierno y hasta del crimen organizado– en un período corto difícil de controlar pues se buscarán culpables. Y no es un extremo alarmista, sino una condición natural de desfogue del ser humano cuya piel esta desgastada y muy sensible. No los podrán ni ver feo.
Supongo que estos escenarios esquematizados ya los vieron los manejadores de crisis de López Obrador.
Lo que quiere el presidente pues, es volver a ser el único eje comunicacional y hacer a un lado la megatendencia que significa el tema de Acapulco a la espera de que su narrativa sea la que impere y conseguir los parches necesarios para tapar los constantes huecos de comunicación que abre en sus mañaneras como esa de facilitar los quince mil mdp que le quitaron a la SCJN cuya ministra Norma Piña aceptó y aprovechó para hacer una jugada de bateo y corrido cuyas consecuencias hoy se conocerán con mayor profundidad.
EN FIN, por hoy es todo, mañana le seguimos si Dios quiere.
Armando Vásquez Alegría es periodista con más de 35 años de experiencia en medios escritos y de internet, cuenta licenciatura en Administración de Empresas, Maestría en Competitividad Organizacional y Doctorado en Administración Pública. Es director de Editorial J. Castillo, S.A. de C.V. y de “CEO”, Consultoría Especializada en Organizaciones…
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