¿QUÉ PASÓ CON DIOS?
JESÚS HUERTA SUÁREZ/COLUMNISTA
DESPIERTASONORA
Era de noche, me sentía totalmente derrotado; frustrado; vacío; las cosas a mí alrededor andaban mal: la prensa sólo tenía encabezados sangrientos y la estupidez humana desbordaba ya los límites de la tolerancia. En pocas palabras, el mundo, y mí mundo estaba patas pa´rriba. No encontraba remedio alguno al infortunio, y en un dejo de soberbia me atreví a retar a Dios. Si Dios era tan justo y tan bueno como decían, habría de contestar a mí petición. Le pedí que se hiciera presente y que diera una explicación de lo que estaba pasando.
Encendí unas velas y respire profundo. Esperé a que la tranquilidad llegara a mi mente. No le supliqué, más bien le exigí que nos viéramos lo antes posible. Mis ojos miraban al pedazo de cielo que entraba por la ventana, y escogí el Oriente como punto de encuentro. Esperé e imploré por horas, pero Dios, nunca llegó y terminé dormido…
A la mañana siguiente, salí de mi hogar con rumbo a las montañas, no llevaba más que un poco de agua y algo de comida. Era casi seguro que el Señor no me dejaría pasar hambres y que me facilitaría todo en mi andar.
Llegué ese mismo día a la Mesa del Campanero, iba solo. Al llegar la noche sentí un poco de miedo, pero el millón de estrellas en el cielo me devolvieron la serenidad. El viento soplaba enfriando todo a su paso, llevando el olor de los pinos y encinos húmedos. Los pares de ojos que resplandecían en el horizonte, no eran más que eso: ojos. Ojos de animales y de aves que parecían contemplar mi soledad.
Al despertar el día, salí apresurado de mi cabaña. El sonido de un río que corría cercano me hizo saber que, al menos, los peces y el agua, no me faltarían. Caminé hacia la orilla. Flores de muchos colores atraían a todo tipo de insectos. Frágiles mariposa posaban de flor en flor llevando y trayendo el polen de vida para las nuevas flores que un día cercano serían una alfombra para los pies cansados.
Escuché la sinfonía de la tierra. La vaca daba el DO. El MI, lo daban las aves; el RE sonaba al compas del viento que agitaba las espigas. Unas ranas cantaban en LA y en FA. El SI surgió de la nada, y el ambiente se estremeció al ritmo de los tonos celestiales de la naturaleza, que parecía una sinfonía.
Encendí una hoguera y me hice un té de hierbas silvestres. Manzanas con canela fueron mi postre después de un pescado frito. Ya había pasado muchas horas y no veía aun a Dios. Así esperé bajo los árboles mientras mi imaginación encontraba formas en las nubes. El calor del sol evaporaba las esencias de hojas y brotes. Unos ciervos al fondo jugaban al amor, mientras que en mi neurosis creía oír el ring del teléfono y el Tic Tac del reloj, pero era sólo eso, neurosis, porque no traía ni reloj, ni teléfono.
Cerca de mi cabaña vivía don Chevo y su familia, la señora me regalaba pan o tortillas y mientras las hacía, yo cuidaba de su pequeña hija que siempre estaba sonriente. Don Chevo, callado afilaba su hacha sin levantar la mirada.
Así pasé 7 días esperando la llegada de Dios. La dicha sentida ante la majestuosidad del paisaje y el silencio ensordecedor, me permitió sentirme contento, pero aún así, seguí exigiéndole a Dios que viniera ante mí.
Regresé a casa y regresé a mi rutina. Si Dios no había venido, al menos yo sí cumplí en ir a buscarlo. La computadora me esperaba con docenas de correos electrónicos. Había uno sin nombre y sin asunto, me pareció extraño, pero aún así lo abrí, decía: “Hijo, gracias por llevarme contigo a la Sierra”.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero me sentí muy feliz.
“¿Y qué tal si Dios es uno de nosotros? Joan Osborne.
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