#COLUMNA
Por Alberto Vizcarra Ozuna
#DESPIERTASONORA
La imposición del esquema de banca central, o banca autónoma, que se acrecentó al calor de la ola alta del neoliberalismo en los últimos treinta años, despojó a la mayoría de las naciones de occidente, de la atribución constitucional que tuvieron para incidir en la direccionalidad de la política monetaria y de crédito. En esta forma los bancos centrales dejaron de servir al desarrollo de las naciones y pasaron a constituirse en enclaves y fondos de garantía de la creciente especulación financiera que ahora domina al sistema del dólar.
Los gobiernos sufren en silencio esta dictadura financiera internacional, aunque no faltan los que con gusto la aceptan. Por fortuna hay gobiernos que tienen la valentía de denunciarla y presentarla como lo que es: una aberración. El miércoles 19 de junio, el Banco Central de Brasil, anunció que mantiene la tasa de interés básica en niveles que rayan en la usura, esto es por encima del 10 por ciento, alegando supuestos gastos excesivos del gobierno y la preocupación del mercado por el déficit presupuestario federal. El presidente Lula da Silva respondió a este evidente acto de guerra económica en contra de su país, explicándole a los brasileños, en una amplia entrevista de radio, que esta política orientada a beneficiar a los especuladores, se hace a costa del desarrollo de la nación.
Lula declaró que los elevados intereses benefician a los bancos privados, quienes prefieren ganar dinero con las altas tasas de interés en vez de emitir crédito. Además señaló que mientras se exigen recortes para evitar el déficit presupuestal, el pago de intereses de los bonos y la deuda del estado se define como una categoría sacrosanta que no debe recortarse. Cabe señalar que el año pasado (2023), el gobierno brasileño pagó 145 mil millones de dólares solo en intereses de la deuda.
El presidente brasileño, no le oculta la verdad a su pueblo y apunta en forma directa lo pernicioso de esta política: “Es Brasil el que sale perdiendo, es el pueblo brasileño, porque cuanto más paga en intereses, menos dinero tiene para invertir aquí”. Para luego explicar, “así que tenemos que darnos cuenta que cuando hacemos algo y eso redunda en un beneficio colectivo, en la mejora de la calidad de vida, es una inversión extraordinaria la que estamos haciendo. Estamos invirtiendo en el pueblo brasileño. La decisión del Banco Central fue invertir en el sistema financiero, invertir en los especuladores que ganan dinero con los intereses. Y nosotros queremos invertir en la producción”.
Lo señalado por el presidente brasileño, es sin duda el punto crítico en torno al cual se define la existencia presente y futura de las naciones. Cada vez se hace más insostenible la coexistencia entre los intereses asociados a la producción de bienes físicos, a las mejoras en la infraestructura económica básica, al fortalecimiento de la producción de alimentos y otros giros de la economía real, con un sistema financiero internacional cuya premisa única es asegurar flujos creciente de renta monetaria a una deuda global que ha cobrado dimensiones impagables.
La presidencia de Lula cuenta con el respaldo popular para decir estas verdades que la mayoría de los presidentes callan, pero su mayor fortaleza le viene de que Brasil tuvo la audacia de constituirse en una de las naciones fundantes del BRICS, (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) –agrupamiento de países recientemente robustecido con la incorporación de Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía, Irán y probablemente Arabia Saudita- que constituyen una plataforma organizativa para socializar e impulsar las alternativas de desarrollo económico, financiamiento, comercio justo que se constituyan en el principio de una nueva arquitectura financiera y económica que comprenda el desarrollo y crecimiento de todos los países, especialmente los que forman parte del excluido y empobrecido Sur Global.
Las palabras de Lula están dirigidas a su pueblo, pero señalan un problema que estructuralmente afecta a la mayoría de las economías de occidente, con especial acento en Latinoamérica. México es después de Brasil, la nación más afectada por la imposición de la autonomía del banco central (Banco de México) cuyas políticas de altas tasas de interés han llevado la deuda pública a niveles insostenibles, con la subsecuente aplicación de recortes presupuestales cada vez mayores para satisfacer la insaciable voracidad de los especuladores.
México tiene más de treinta años sometido a estas políticas monetarias gobernadas por la especulación. Es una nación a la que se le ha castrado su capacidad de emitir crédito y los saldos son elocuentemente desastrosos. El sexenio que está por terminar (2018-2024), según datos del INEGI, se mantuvo, no obstante sus obras emblemáticas, con una tasa de crecimiento que no llegó al uno por ciento anual.
Al concluir la elección en México, la candidata oficial, Claudia Sheinbaum Pardo, logró un triunfo abrumador, con mayoría calificada en el Congreso de la Unión. Se estila decir que eso podría representar una presidencia fuerte, con la capacidad para retomar las políticas monetarias que le regresen al estado la facultad constitucional para ejercer una política soberana en materia crediticia, proteger el mercado nacional alimentario y retomar una política industrializadora soportada en un impulso vigoroso a la ciencia y la tecnología.
Los resultados electorales muestran que el pueblo de México está listo para librar una batalla de tales alcances, pero la candidata electa, hasta el momento, atiende más a los poderes fácticos que al respaldo popular recibido en la reciente elección. Desde el momento mismo en que las autoridades electorales reconocieron su victoria, Sheinbaum se encargó de adelantar que no cruzaría la línea roja trazada por los grandes fondos de inversión especulativa y de inmediato dijo que respetaría la autonomía del Banco de México y profundizaría la austeridad presupuestaria.
Algo que desde marzo de este año el Secretario de Hacienda, Ramírez de la O, ya había advertido en el documento Pre-criterios Generales de Política Económica 2025, donde anticipa que no habrá inversión pública considerable y sí un recorte al presupuesto por encima del 8 por ciento respecto al presente año fiscal.
Sujeto a tales criterios, el gobierno de Sheinbaum, no parece entender lo planteado por Lula da Silva. De continuar así, le seguiría sumando años al largo período neoliberal que, como se ha visto, no desaparece con los cañonazos de salva del discurso oficial.